El la fase eliminatoria, tuve el placer de jugar con los tres jóvenes y entusiastas berlineses. Lo hicieron todos muy bien, ganaron cuatro veces en total (incluyendo dos veces como Prusia) y David casi llegó a la final, quedando quinto en la clasificación.
El campeonato empezó mal para mí: unos embistes tempranos demasiados arriesgados dejaron a mis franceses deshechos y maltrechos. Solo conseguí tomar siete objetivos frente a la sólida defensa montada por David.
Al comienzo de la segunda ronda necesitaba ganar tres veces seguidas para optar a jugar en la final. Una tarea ardua, pero, salvo un desastre imprevisto, confiaba en ganar como Federico a pesar de tener en frente a dos veteranos: Arnold y Björn. Hicieron lo que pudieron, pero ni los rusos ni los austriacos consiguieron desbaratar la defensa por sectores estándar. Un triángulo hannoveriano mantuvo a raya a los franceses. Desafortunadamente para ellos, salieron tres cartas del destino seguidas que eliminaron a los aliados y me otorgaron la victoria en el turno diecinueve.
Era la tercera ronda y no estaba todo perdido. Si ganara con Austria podría tal vez alcanzar la final. En frente estaba Maurice, jugador competente; a mi derecha el experto Anton, cuyos rusos iban sin duda a embestir las defensas desde el comienzo. Maurice no tenía claro dónde debía ofrecer una defensa a ultranza y perdió mucho terreno. Para su desgracia, tenía yo más diamantes que él y pude ganar la batalla campal que decidió el destino de Sajonia. Defender en corazones contra los rusos tiene la desventaja de dejar vía libre a los suecos. Protegidos detrás de una pantalla de fichas verde oscuro habían capturado cuatro de sus cinco objetivos principales. Los franceses de Alex avanzaban imparablemente sin duda ayudados por el hecho de que todos los hannoverianos se habían marchado hacia el este para intentar salvar in extremis la situación alrededor de Radeberg. La fortuna no le sonrió a Anton; la zarina murió en el turno siete. De haber aguantado tan solo un turno más, hubieran ganado los suecos. Salieron una tras la otra India y luego Suecia; dado que controlaba todos los objetivos principales, ¡triunfé! Y justo en el momento adecuado porque la próxima carta del destino era América. Hubiera (y tal vez debiera haber) ganado Prusia en tan solo diez turnos. Sin embargo, ¡yo había llegado a la final!
Hecha la entrega de premios, los cuatro finalistas tomaron asiento para disputar el campeonato. Como primer clasificado decidí jugar en el papel de Federico con la intención de no meter la pata como había pasado en el 2017. En frente, como Austria, tenía al ex campeón del mundo Alberto. A mi izquierda Anton; y como Francia, Björn, veterano ya de varias finales. Opté por un despliegue típico: en Silesia 15 tropas; 2 en Prusia Oriental; 6 con Dohna, apoyado por los 3 de Heinrich. El rey Federico mandaba una fuerza pequeña, la suficiente para retrasar el avance austriaco sobre Sajonia antes de reforzar la defensa en Silesia. Quedaban Winterfeldt con dos tropas, encargado de machacar o, por lo menos, ahuyentar al Ejército Imperial y una fuerza endeble en la zona de Magdeburgo. Los hannoverianos se ocuparían de los franceses.
Durante bastantes turnos robé muy pocos picas. Es decir, tenía cartas más que suficientes de los demás palos. Pude entonces montar una defensa sólida en tréboles contra rusos y suecos. Neisse aguantaría indefinidamente frente a los austriacos y los franceses los rechazaría fácilmente de Magdeburgo. Hasta aquí la teoría. En la práctica las cosas se torcieron. Armado de tres picas fuertes de las primeras cuatro cartas de Hannover, y calculando que, dada la abundancia de corazones que había robado Prusia, los franceses iban más bien escasos. Planté a Ferdinand en la frontera entre picas y corazones, preparado para o bien colarse hacia el sur o bien a aplastar a cualquier francés dispuesto a arriesgarse a combatir. Contra todo pronóstico, de sus seis primeras cartas, había robado Björn tres corazones y una reserva. Adiós Ferdinand. No me quedaba otra que intentar reorganizar desesperadamente la defensa hannoveriana mientras cantidades ingentes de franceses bien armados intentaban aplastar a Seydlitz aprovechándose de su ventaja numérica apabullante.
En Prusia Oriental, Lehwaldt se batió una vez en retirada antes de apartarse definitivamente frente a la invasión rusa. Mientras tanto, los austriacos se organizaban, pero no mandaron ningún apoyo directo a Hildi, que tuvo que alejarse de sus objetivos para sobrevivir.
A mitad de la partida, los rusos se empecinaban sin éxito a derrotar a Dohna. Pero eso sí, habían reducido considerablemente la mano de tréboles de Prusia. Los suecos aguardaban en bastidores para asestar la estocada definitiva. Alrededor de Magdeburgo, no había tregua. Tenía corazones en abundancia, pero los franceses, varias veces derrotados, siempre volvían, dispuestos a luchar de nuevo. Los austriacos atacaron también; la defensa en Neisse aguantaba, ¿pero hasta cuándo? El único rayo de esperanza era que con la fuerza principal ocupada en Brandemburgo, quedaba tan solo un ejército francés frente a dos hannoverianos, que llegaron a duras penas a liberar Diepholz aunque reclutar tropas suficientes me costó casi todas las cartas que robé.
Acaecieron reducciones de subsidios para ambos bandos y el desgaste en tréboles estaba a punto de obligarme a cambiar de táctica en Cammin cuando de repente se murió la zarina y después se rindieron los franceses. Sufrí una segunda reducción de subsidios (¡pérfida Albión?) que me dejaba con tan solo cuatro cartas por turno para resistir el embiste austriaco hasta que los suecos entrasen en razón. Con el grueso de sus ejército en Silesia, las fichas blancas habían finalmente rechazado a los valientes defensores, pero sin desbandarlos del todo, lo que obligaba a los austriacos a seguir luchando para proteger sus ganancias ilícitas. Sajonia se transformó en el teatro decisivo. Repulsar a Hildi me costó más de treinta puntos de diamantes, pero Radeberg estaba a salvo, siempre que mantuviera más ejércitos prusianos que austriacos en los alrededores. Perder los dos trenes de suministro ralentizó todavía más a Alberto, que luego se equivocó y me dejó liberar un objetivo. La victoria estaba a mi alcance con tal de que mantuviese la calma.
Pasaron turnos y turnos, los suficientes para que Ferdinand se pusiera en liza, se desbandase y volviera al frente. Pero, por fin se acabaron las cartas del destino, salió Suecia y ¡me proclamé campeón! ¡Nos vemos en Berlín!